CAPÍTULO III: LA CANTIDAD DE TIERRA QUE DABAN A CADA INDIO, Y COMÓ LA BENEFICIABAN

domingo, 21 de abril de 2013

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Capítulo III: La cantidad de tierra que daban a cada indio, y cómo la beneficiaban.
Daban a cada indio un tupu, que es una hanega de tierra, para sembrar maíz; empero, tiene por hanega y media de las de España. También llaman tupu a una legua de camino, y lo hacen verbo y significa medir, y llaman tupu a cualquiera medida de agua o de vino o de cualquiera otro licor, y a los alfileres grandes con que las mujeres prenden sus ropas cuando se visten. La medida de las semillas tiene otro nombre, que es poccha: quiere decir hanega.
Era bastante un tupu de tierra para el sustento de un plebeyo y casado y sin hijos. Luego que los tenían le daban para cada hijo varón otro tupu, y para las hijas a medio. Cuando el hijo varón se casaba le daba el padre la hanega de tierra que para su alimento había recibido, porque echándolo de su casa no podía quedarse con ella.
Las hijas no sacaban sus partes cuando se casaban, porque no se las habían dado por dote, sino para alimentos, que habiendo de dar tierras a sus maridos no las podían ellas llevar, porque no hacían cuenta de las mujeres después de casadas sino mientras no tenían quien las sustentase, como era antes de casadas y después de viudas. Los padres se quedaban con las tierras si las habían menester; y si no, las volvían al concejo, porque nadie las podía vender ni comprar.
Al respecto de las tierras que daban para sembrar el maíz, repartían las que daban para sembrar las demás legumbres que no se regaban.
A la gente noble, como eran los curacas, señores de vasallos, les daban las tierras conforme a la familia que tenían de mujeres e hijos y concubinas, criados y criadas. A los Incas, que son los de la sangre real, daban al mismo respecto, dondequiera que vivían, de lo mejor de la tierra; y esto era sin la parte común que todos ellos tenían en la hacienda del Rey y en la del Sol, como hijos de éste y hermanos de aquél.
Estercolaban las tierras para fertilizarlas, y es de notar que en todo el valle del Cozco, y casi en toda la serranía, echaban al maíz estiércol de gente, porque dicen que es el mejor. Procúranlo hacer con gran cuidado y diligencia, y lo tienen enjuto y hecho polvo para cuando hayan de sembrar el maíz. En todo el Collao, en más de ciento y cincuenta leguas de largo, donde por ser tierra muy fría no se da el maíz, echan, en las sementeras de las papas y las demás legumbres, estiércol de ganado; dicen que es de más provecho que otro alguno.
En la costa de la mar, desde más abajo de Arequepa hasta Tarapacá, que son más de doscientas leguas de costa, no echan otro estiércol sino el de los pájaros marinos, que los hay en toda la costa del Perú grandes y chicos, y andan en bandas tan grandes que son increíbles si no se ven. Crían en unos islotes despoblados que hay por aquella costa, y es tanto el estiércol que en ellos dejan, que también es increíble; de lejos parecen los montones del estiércol puntas de alguna sierra nevada. En tiempo de los Reyes Incas había tanta vigilancia en guardar aquellas aves, que al tiempo de la cría a nadie era lícito entrar en las islas, so pena de la vida, porque no las asombrasen y echasen de sus nidos. Tampoco era lícito matarlas en ningún tiempo, dentro ni fuera de las islas, so la misma pena.
Cada isla estaba, por orden del Inca, señalada para tal o tal provincia, y si la isla era grande, la daban a dos o tres provincias. Poníanles mojones por que los de la una provincia no se entrasen en el distrito de la otra; y repartiéndola más en particular, daban con el mismo límite a cada pueblo su parte y a cada vecino la suya, tanteando la cantidad de estiércol que había menester, y, so pena de muerte, no podía el vecino de un pueblo tomar estiércol del término ajeno, porque era hurto, ni de su mismo término podía sacar más de la cantidad que le estaba tasada conforme a sus tierras, que le era bastante, y la demasía le castigaban por el desacato. Ahora, en estos tiempos, se gasta de otra manera. Es aquel estiércol de los pájaros de mucha fertilidad.
En otras partes de la misma costa, como en las hoyas de Atica, Atiquipa, Uillacori, Malla y Chillca y otros valles, estercolan con cabezas de sardinas, y no con otro estiércol. Los naturales de estas partes que hemos nombrado y de otras semejantes viven con mucho trabajo, porque no tienen riego de agua, de pie ni llovediza porque, como es notorio, en más de setecientas leguas de largo de aquella costa no llueve jamás, ni pasan ríos por aquellas regiones que hemos dicho. La tierra es muy caliente y toda arenales; por lo cual los naturales, buscando humedad suficiente para sembrar el maíz, acercan sus pueblos lo más que pueden a la mar, y apartan la arena superficial que está sobre la haz de la tierra, y ahondan en partes un estado y en partes dos, y más y menos, hasta llegar al peso del agua de la mar. Y por esto las llamaron hoyas los españoles; unas son grandes y otras son chicas; las menores tendrán a media hanega de sembradura, y las mayores a tres y a cuatro hanegas. No las barbechan ni cosechan, porque no lo han menester. Siémbranlas con estacas gruesas a compás y medida haciendo hoyos, en los cuales entierran las cabezas de las sardinas, con dos o tres granos de maíz dentro de ellas.
Este es el estiércol que usan para echar en las sementeras de las hoyas, y otro cualquiera dicen que antes daña que aprovecha. Y la providencia divina, que en toda cosa abunda, provee a los indios y a las aves de aquella costa con que la mar, a sus tiempos, eche de sí tanta cantidad de sardina viva, que haya para comer y estercolar sus tierras y para cargar muchos navíos si fuesen a cogerla. Algunos dicen que las sardinas salen huyendo de las lizas y de otros pescados mayores que se las comen; que sea de la una manera o de la otra, es provecho de los indios, para que tengan estiércol. Quién haya sido el inventor de estas hoyas, no lo saben decir los indios; debiólo de ser la necesidad que aviva los entendimientos, que, como hemos dicho, en todo el Perú hay gran falta de tierras de pan; puédese creer que harían las hoyas
como hicieron los andenes. De manera que todos universalmente sembraban lo que habían menester para sustentar sus casas, y así no tenían necesidad de vender los bastimentos ni de encarecerlos, ni saben qué cosa era carestía. 

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