INDIGENISMO

sábado, 26 de abril de 2014

Indice - Literatura

Cronológicamente se puede ubicar el punto de partida del Indigenismo en la llegada de las corrientes de vanguardia en la década del veinte, como un "ismo" que se identifica con la realidad peruana y se enraíza en el contexto que ya otros autores anteriores habían tocado: la situación del indio en un sistema occidentalizado y centralista que implicó su situación de abandono y marginalidad y su problemática; más aún cuando en épocas anteriores, el indio simplemente no aparecía en el mapa de la realidad nacional. En suma, el indigenismo en la literatura peruana es todo un proceso que, evidentemente, se inicia mucho antes de ser indigenismo propiamente dicho.

En una visión panorámica, podemos asumir tres momentos o etapas por las que pasa el indigenismo en el Perú:

1. Pre indigenismo o indianismo
Se remonta al último tercio del siglo XIX en que de hecho tiene una identidad muy emparentada con el Realismo que proviene de Europa, sobre todo del que se define con una preocupación social y política, como es el ruso con Dostoievsky y Tolstoi. Sin embargo, a diferencia de aquél, el interés de autores peruanos por la problemática del indio no puede ser observada y entendida en su cabalidad, sea porque se trata de una primera aproximación a una temática hasta entonces ignorada por la oficialidad literaria, o fuere porque primaban otros intereses y otras preocupaciones distintas a las del indio y su situación propiamente dicha.

De hecho, es el Realismo encabezado ideológicamente por González Prada (Pájinas libres, 1894) y seguido literariamente por Clorinda Matto de Turner, el primer precursor del Indigenismo en el Perú; pero, como ya se ha manifestado, se trata solamente de una primera aproximación, que en lo literario, con Clorinda Matto de Turner, considera al indio y su realidad como un problema pedagógico y en cierto modo hasta racial, y presenta, por tanto, una visión paternalista del indio; en que se asume que él por sí mismo nunca será capaz de solucionar su problema sino que es el occidental, el letrado, el costeño, el que lo puede y debe "civilizar". En Aves sin Nido (1889), por ejemplo, el planteamiento es que el problema del indio se puede solucionar nombrando autoridades locales idóneas, siempre provenientes de la Costa (o por lo menos los conocimientos provenientes de ella: el ser letrado y conocer las leyes y aplicarlas justicieramente), y para el caso particular expuesto en la novela, permitir el matrimonio de los curas para evitar el abuso sexual de éstos sobre las desprotegidas campesinas.
Si bien este periodo indianista se inicia con el Realismo decimonónico, se extiende hasta las primeras dos décadas del siglo XX; es decir, hasta los tiempos en que predominan el espíritu modernista que encabezara la grandilocuencia un tanto vacua de Chocano.

2. Indigenismo
Se inicia con la llegada de las corrientes de vanguardia provenientes de Europa a partir de la Primera Guerra Mundial; sobre todo en la vertiente encabezada por Vallejo (no debe olvidarse El Tungsteno). Un factor importante en este proceso fue el surgimiento del nativismo a partir de la insurgencia del postmodernismo de los Colónidas que introducen el tema de lo provinciano y cotidiano en la literatura peruana; sobre todo en la narrativa.

El Indigenismo es la etapa en que se asume el compromiso de la literatura con la situación marginal del indio y su problemática. La perspectiva ahora es que se trata de un problema social y no simplemente pedagógico y mucho menos racial, como lo hacía suponer la epidérmica perspectiva indianista. En primer lugar, la literatura indigenista se propone presentar la realidad del indio lo más fidedignamente posible; el gran problema evidentemente fue el asunto lingüístico: ¿Cómo plasmar "fidedignamente" en castellano el sentir del indígena que ve el mundo con el quechua?.

Para asuntos metodológicos, se toma como punto de partida del Indigenismo propiamente dicho a la obra de Enrique López Albújar, y como momento de plenitud a la obra de Arguedas, pasando por Ciro Alegría y culminando en Scorza.


ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR
(Chiclayo, 1872 - Lima, 1965)

1. Considerado como iniciador del Indigenismo con su obra Los Cuentos Andinos.
2. Abogado de profesión, conoció al indio y su problemática desde su sillón de juez; es decir, no alcanzó a tener una visión cabal del problema del indio; sin embargo, indaga dentro de la medida de sus posibilidades y de su contexto, la situación del indio y trata de retratarlo lo mejor posible.
3. Cronológicamente se inserta entre la impronta modernista y el nativismo postmodernista.
4. Abordó en su obra en general la problemática de los marginados tanto indios como negros.

OBRA

* Cuentos Andinos (1920).
* Matalaché (1928).
* Nuevos Cuentos Andinos (1937).


CIRO ALEGRÍA BAZÁN
 (Huamachuco, 1909 - Chosica, 1967)

1. Pasó su infancia en las haciendas Quilca y Marcabal, allí entró en contacto con el mundo del indio.
2. Estudió en Trujillo; en el colegio "San Juan"; fue alumno de César Vallejo.
3. Su vida ha transcurrido entre el periodismo, la política y la literatura.
4. Participó activamente como militante del Partido Aprista, lo que le costó destierros y prisiones.
5. Su producción novelística, que se reduce a tres obras importantes se inició en Chile con La Serpiente de Oro en 1835. Ha tenido la peculiaridad de escribir novelas específicamente para concursos, cuyos premios le valían para solucionar premuras económicas.
6. Si bien es cierto, su obra narrativa en el ámbito nacional se inscribe dentro del Indigenismo, en el circuito continental está asociada con el Regionalismo que encabezara el venezolano Rómulo Gallegos, el autor de Doña Bárbara.
7. Por razones de vivencias personales, su obra se ambienta siempre en escenarios de la Sierra norte del Perú y ceja de selva.
8. Su obra evoluciona del planteamiento de conflictos entre el hombre y la naturaleza, entiéndase sequías y demás peligros de la sierra y la selva, hasta el planteamiento de conflictos sociales; es decir, de campesinos oprimidos contra hacendados corruptos y poderosos.
9. En el aspecto formal, es uno de los primeros autores peruanos que se interesa por la aplicación de técnicas novedosas en la novela.
10. Falleció en el ejercicio de su labor como Congresista de la República.

OBRA

* La Serpiente de Oro (1935)
Los hechos se ambientan en un pueblo ribereño del río Marañón, que es el centro de la obra, llamado Calemar. Allí habitan los balseros más temerarios de la región, que son los únicos capaces de domar al río turbulento en las épocas de crecida. La historia la narra un "Cholo" llamado Lucas. Es el planteamiento de la lucha cotidiana del hombre con la naturaleza.

* Los Perros Hambrientos (1938)
Fue escrita mientras se encontraba internado en un hospital, dado que el médico que lo atendía le había recomendado como terapia el escribir para rehabilitarse de una parálisis que lo tenía postrado.
Trata, como la anterior, aunque en otro contexto, de la lucha del hombre con la naturaleza; en este caso, contra la sequía prolongada en que los perros pastores fieles se ven obligados a abandonar a sus amos y volverse fieros para sobrevivir. La Antuca es la pequeña pastora, que sufre por sus perros Wanca, Zambo, Güeso y Pellejo.

* El Mundo es Ancho y Ajeno (1941)
Fue inicialmente un capítulo de la novela Los Perros Hambrientos, pero como cobró importancia se convirtió en una novela aparte. En esta novela, la mejor, la trama gira en torno del conflicto entre los comuneros de Rumi con el malvado hacendado don Álvaro de Amenábar, propietario de la hacienda Umay. El anciano alcalde de Rumi, Rosendo Maqui no puede evitar el despojo de las tierras a los comuneros y muere en la cárcel por su extrema confianza en la justicia, que es manejada por Amenábar. Los comuneros se mudan a la puna y se establecen en la meseta de Yana Ñawi, rechazando la propuesta del hacendado de evitar el desalojo siempre que los comuneros acepten trabajar para él y ya no por cuenta propia. Pasado el tiempo, Yana Ñawi progresa al influjo del nuevo alcalde, Benito Castro, hijo político de don Rosendo Maqui, y que ha vivido largo tiempo en Lima en donde ha tenido oportunidad de estudiar y de ligarse con movimientos sociales. Es en esas circunstancias que Amenábar logra, a través de sobornos, demostrar que las tierras de Yana Ñawi también son de él y ponen en práctica un nuevo desalojo; pero esta vez los comuneros deciden defender sus tierras incluso con sus vidas. Así es como la novela concluye con una masacre general propiciada por Amenábar en el desalojo.

* Duelo de Caballeros (1963).
* Lázaro (1973).
* Mucha Suerte con harto Palo (1976).


JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
(Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969)
"El Amauta", "El etnólogo de la novela"

1. Huérfano de madre desde los tres años, vivió entre la servidumbre gran parte de su infancia; sobre todo cuando su padre contrajo segundas nupcias cuando José María tenía seis años de edad.
2. Llegó a Lima e ingresó a San Marcos en 1931 en la Facultad de Letras.
3. En 1937 fue recluído en el penal de El Sexto por participar en una revuelta estudiantil contra el enviado de Mussolini, el general italiano Camarotta.
4. Cuando se estableció en Lima leyó ilusionado a los considerados por entonces, autores indigenistas y su decepción fue mayúscula. Entonces se propuso escribir su testimonio de parte en cuanto a la realidad del indígena peruano.
5. Su labor intelectual se extiende a la investigación antropológica, etnológica y folklórica, sobre todo en la sierra del Perú.
6. Su obra literaria se desarrolla en forma expansiva en cuanto al tratamiento de la problemática del indio. En sus primeros cuentos aborda conflictos locales en pequeñas comunidades sea por agua o por tierras y paulatinamente esos conflictos se van ampliando a escenarios más grandes hasta la intención de abarcar la realidad nacional en sus últimas obras.
7. La casi totalidad de sus obras narrativas se ambientan en la sierra sur del Perú, región que él conoce muy bien ya que era natural de Andahuaylas.
8. Ante el problema de plasmar en castellano una cosmovisión andina que se manifiesta en quechua, construyó una suerte de lengua artificial en que combina ambas gramáticas, para dar la sensación de que se trata de un hablante quechua el que se recrea en sus obras.
9. En el ámbito continental, se puede identificar su obra con el realismo mágico y su manifestación, "lo real maravilloso", en tanto revaloriza y actualiza en el discurso literario la visión mítica de la realidad aborigen.
10. En el proyecto de plasmar la realidad tal como es ante los lectores, cayó en la actualización del pasado a través de sus recuerdos vivenciales de la infancia y ello entró en contradicción con el presente que pretendía retratar.
11. Experimentó un proceso acumulativo de tensiones tanto ideológicas como personales que lo convirtieron en un individuo hipersensible.
12. Inclinado a tendencias de izquierda nunca asumió un rol activo, sino sólo a través de sus obras y ello al parecer jamás lo satisfizo.
13. Después de varios intentos fallidos, finalmente se suicidó en 1969 disparándose una bala en la sien.

OBRA

* Agua (1935).
* Yawar fiesta (1941).
* Los ríos profundos (1958).
* El sexto (1961).
* La agonía de Rasu Ñiti (1962).
* Todas las sangres (1964).
* El sueño del pongo (1965.
* Amor mundo y todos los cuentos (1967).
* El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).

3. Neoindigenismo
Es la fase más política e ideológica del proceso indigenista peruano. Ya no sólo presenta al indio desarraigado que pelea contra el gamonal por sus tierras, sino que presenta también al indio en conflicto con transnacionales que lo explotan. Entonces el indio se agrupa en sindicatos e inicia protestas masivas y marchas. También comienza a manifestar las primeras migraciones de indios hacia otros puntos, sobre todo a la Costa. En el aspecto estilístico, la narrativa del neoindigenismo abandona las técnicas tradicionales y se embarca en la experimentación, que hereda de la vanguardia europea. Este último rasgo no sólo es potestad del neoindigenismo sino de todos los narradores del cincuenta a que esta fase pertenece.

Como representantes se puede señalar a José María Arguedas en sus últimos textos; sobre todo en su novela inconclusa El zorro de arriba y el zorro de abajo, y también a Manuel Scorza.


MANUEL SCORZA (NEO INDIGENISMO)
(Lima, 1928 - Baraja, 1983)

1. Se inició en la actividad literaria como poeta lírico, y posteriormente incursionó en la narrativa.
2. De origen humilde, vivió parte de su infancia en el Hospital Larco Herrera, pues era hijo del guardián de dicho centro de salud mental. Allí conoció a Martín Adán.
3. Cronológicamente pertenece a la narrativa de la Generación del Cincuenta.
4. Activista de la cultura, siempre realizó incomprendidos esfuerzos por difundir la literatura a niveles populares, organizando ferias y editando masivamente libros.
5. Fue un activista social e ideológico también en sus obras, tanto líricas como narrativas, dado que siempre asumió la defensa de los desposeídos y tomó su literatura como tribuna de denuncia social.
6. Estudió en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos.
7. Fue desterrado a México en 1949 por la caza de brujas emprendida por Odría contra todo aquel que se oponía a su régimen.
8. Militó inicialmente en el partido aprista, pero hacia los años cincuenta se alejó sin dejar de lado su preocupación social.
9. Apoyó las protestas de las comunidades campesinas en Cerro de Pasco contra los abusos de la transnacional Cerro de Pasco Corporation, tanto en la actividad minera como en la ganadería. Con ello, fue partícipe de los primeros indicios de reforma agraria a partir de 1960.
10. Hacia fines de la década del sesenta comenzó a narrar los sucesos antes mencionados, novelas que conformaron una serie: "La guerra silenciosa".
11. Las novelas de Scorza trascienden de un realismo mágico, con gran influencia de Carpentier y Juan Rulfo, hacia un realismo social; es decir, Scorza plantea el proyecto novelístico de insertar el mito en la historia a través de la literatura, que a diferencia de Arguedas, no tiene como objetivo fundamental retratar fidedignamente la realidad sino el logro de una toma de conciencia por parte del propio hombre andino para superar el golpe de la conquista y alcanzar por sí mismo su liberación.

OBRA

POESÍA

* Las imprecaciones.
* Los adioses.
* Desengaños del mago.
* Requiem para un gentil hombre.
* El vals de los reptiles.

NARRATIVA

* Redoble por Rancas (1970).
* Historia de Garabombo el invisible (1972).
* El Jinete insomne (1977).
* Cantar de Agapito Robles (1977).
* La tumba del relámpago (1979).


LECTURA

MÚSICA LENTA : MANUEL SCORZA

Para que tu entres,
a veces de tristeza, el corazón se me abre.
Como una puerta tímida,
para que tu entres, el corazón se me abre.

Pero tu no vienes,
no vuelas más sobre los campos.

En vano mi corazón se asoma.
Pasas de largo,
como si el viento
soplase sólo para allá.

Pasa la mañana y no viene la tarde.
Y el corazón se me cierra,
como una mano sin nadie, el corazón se me cierra.


HIJO SOLO CUENTO JOSE MARIA ARGUEDAS

Llegaban por bandadas las torcazas a la hacienda y el ruido de sus alas azotaba el techo de calamina. En cambio las calandrias llegaban solas, exhibiendo sus alas; se posaban lentamente sobre los lúcumos, en las más altas ramas, y cantaban.

A esa hora descansaba un rato, Singu, el pequeño sirviente de la hacienda. Subía a la piedra amarilla que había frente a la puerta falsa de la casa; y miraba la quebrada, el espectáculo del río al anochecer. Veía pasar las aves que venían del sur hacia la huerta de árboles frutales.

La velocidad de las palomas le oprimía el corazón; en cambio, el vuelo de las calandrias se retrataba en su alma, vivamente, lo regocijaba. Los otros pájaros comunes no le atraían. Las calandrias cantaban cerca, en los árboles próximos. A ratos, desde el fondo del bosque, llegaba la luz tibia de las palomas. Creía Singu que de ese canto invisible brotaba la noche porque el canto de la calandria ilumina como la luz, vibra como ella, como el rayo de un espejo. Singu se sentaba sobre la piedra. Le extrañaba que precisamente al anochecer se destacara tanto la flor de los duraznos. Le parecía que el sonido del río movía los árboles y mostraba las pequeñas flores blancas y rosadas, aun los resplandores internos, de tonos oscuros, de las flores rosadas.

Estaba mirando el camino de la huerta, cuando vio entrar en el callejón empedrado del caserío, un perro escuálido, de color amarillo. Andaba husmeando, con el rabo metido entre las piernas. Tenía «anteojos»; unas manchas redondas de color claro, arriba de los ojos.

Se detuvo frente a la puerta falsa. Empezó a lamer el suelo donde la cocinera había echado el agua con que lavó las ollas. Inclinó el cuerpo hacia atrás; alcanzaba el agua sucia estirando el cuello. Se agazapó un poco. Estaba atento, para saltar y echarse a correr si alguien abría la puerta. Se hundieron aún más los costados de su vientre; resaltaban los huesos de las piernas; sus orejas se recogieron hacia atrás; eran oscuras, por las puntas.

Singu buscaba un nombre. Recordaba febrilmente nombres de perros.
—¡»Hijo Solo»!—le dijo cariñosamente—. ¡»Hijoo Solo»! ¡Papacito! ¡Amarillo! ¡Niñito! ¡Ninito!
Como no huyó, sino que lo miró sorprendido, alzando la cabeza, dudando, Singuncha siguió hablándole en quechua, con tono cada vez más familiar.

—¿Has venido por fin a tu dueño? ¿Dónde has estado, en qué pueblo, con quién?
Se bajó de la piedra, sonriendo. El perro no se espantó, siguió mirándolo. Sus ojos también eran de color amarillo, el iris se contraía sin decidirse.

—Yo, pues, soy Singuncha. Tu dueño de la otra vida. Juntos hemos estado. Tú me has lamido, yo te daba queso fresco, leche también; harto. ¿Por qué te fuiste?

Abrió la puerta. De la leche que había para los señores echó apresuradamente bastante, en un plato hondo; y corrió. Estaba aún ahí el perro, sorprendido, dudando. Puso el plato en el suelo. «Hijo Solo» se acercó casi temblando. Y bebió la leche.
Mientras lamía haciendo ruido con las fauces, sus orejitas se recogieron nuevamente hacia arriba; cerró un poco los ojos. Su hocico, como las puntas de las orejas, era negro. Singuncha puso los dedos de sus dos manos sobre la cabeza del perro, conteniendo la respiración, tratando de no parecer siquiera un ser vivo. No huyó el perro, cesó un instante de lamer el plato.
También él paralizó su aliento; pero se decidió a seguir. Entonces Singuncha pudo acariciarle las orejas.
Jamás había visto un animal más desvalido; casi sin vientre y sin músculos. «¿No habrá vuelto de acompañar a su dueño, desde la otra vida?», pensó. Pero viéndole la barriga, y la forma de las patas, comprendió que era aún muy joven. Sólo los perros maduros pueden guiar a sus dueños, cuando mueren en pecado y necesitan los ojos del perro para caminar en la oscuridad de la otra vida.

Se abrazó al cuello de «Hijo Solo». Todavía pasaban bandadas de palomas por el aire; y algunas calandrias, brillando.
Hacia tiempo que Singu no sentía el tierno olor de un perro, la suavidad del cuello y de su hocico. Si el señor no lo admitía en la casa, él se iría, fugaría a cualquier pueblo o estancia de la altura, donde podían necesitar pastores. No lo iban a separar del compañero que Dios le había mandado hasta esa profunda quebrada escondida. Debía ser cierto que «Hijo Solo» fue su perro en el mundo incierto de donde vienen los niños. Le había dicho eso al perro, sólo para engañarlo; pero si él había oído, si le había entendido, era porque así tenía que suceder; porque debían encontrarse allí, en «Lucas Huayk’o», la hacienda temida y odiada en cien pueblos. ¿Cómo, por qué mandato «Hijo Solo» había llegado hasta ese infierno odioso?
¿Por qué no se había ido, de frente, por el puente, y había escapado de Lucas Huayk’o»?

—Gringo! ¡Aquí sufriremos! Pero no será de hambre —le dijo—. Comida hay, harto. Los patrones pelean, matan sus animales; por eso dicen que «Lucas Huayk’o» es infierno. Pero tú eres de Singuncha, «endio» sirviente. ¡Jajay! ¡Todo tranquilo para mí! ¡Vuela torcacita! ¡Canta tuyay, tuyacha! ¡Todo tranquilo!
Abrazó al perro, más estrechamente; lo levantó un poco en peso. Hizo que la cabeza triste de «Hijo Solo» se apoyara en su pecho. Luego lo miró a los ojos. Estaba aún desconcertado. Sonriendo, Singucha alzó con una mano el hocico del perro, para mirarlo más detenidamente, e infundirle confianza.

Vio que el iris de los ojos del perro clareaba. Él conocía como era eso. El agua de los remansos renace así, cuando la tierra de los aluviones va asentándose. Aparecen los colores de las piedras del fondo y de los costados, las yerbas acuáticas ondean sus ramas en la luz del agua que va clareando; los peces cruzan sus rayos. «Hijo Solo» movió el rabo, despacio, casi como un gato; abrió la boca, no mucho; chasqueó la lengua, también despacio. Y sus ojos se hicieron transparentes. No deseaba ver más el Singuncha; no esperaba más del mundo.

Le siguió el perro. Quedó tranquilo, echado sobre los pellejos en que el cholito dormía, junto a la despensa, en una habitación fría y húmeda, debajo del muro de la huerta. Cuando llovía o regaban, rezumaba agua por ese muro.
Quizá los perros conocen mejor al hombre que nosotros a ellos. «Hijo Solo» comprendió cuál era la condición de sus dueños. No salió durante días y semanas del cuarto. ¿Sabía también que los dueños de la hacienda, los que vivían en esta y en la otra banda se odiaban a muerte? ¿Había oído las historias y rumores que corrían en los pueblos sobre los señores de «Lucas Huayk’o»?
—¿Viven aún los dos?—se preguntaban en las aldeas—. ¿Qué han derrumbado esta semana? ¿Los cercos, las tomas de agua, los andenes?
—Dicen que don Adalberto ha desbarrancado en la noche doce vacas lecheras de su hermano. Con veinte peones las robó y las espantó al abismo. Ni la carne han aprovechado. Cayeron hasta el río. Los pumas y los cóndores están despedazando a los animales finos.
—¡Anticristos!

—¡Y su padre vive!

—¡Se emborracha! ¡Predica como diablo contra sus hijos! Se aloca.

—¿De dónde, de quién vendrá la maldición?
No criaban ya animales caseros ninguno de los dos señores. No criaban perros. Podían ser objetos de venganza, fáciles.
—»Lucas Huayk’o» arde. Dicen que el sol es allí peor. ¡Se enciende! ¿Cómo vivirá la gente? Los viajeros pasan corriendo el puente.
Sin embargo «Hijo Solo» conquistó su derecho a vivir en la hacienda. Él y su dueño procedieron con sabiduría. Un perro allí era necesario más que en otros sitios y hogares. Pero los habían matado a balazos, con veneno o ahorcándolos en los árboles, a todos los que ambos señores criaron, en esta y en la otra banda.
Los primeros ladridos de «Hijo Solo» fueron escuchados en toda la quebrada. Desde lo alto del corredor. «Hijo Solo» ladró al descubrir una piara de mulas que se acercaban al puente. Se alarmó el patrón. Salió a verlo. Singu corrió a defenderlo.
—¿Es tuyo? ¿Desde cuando?

—Desde la otra vida, señor—contestó apresuradamente el sirviente.

—¿Qué?

—Juntos, pues, habremos nacido, señor. Aquí nos hemos encontrado. Ha venido solito. En el callejón se ha quedado, oliendo. Nos hemos conocido. Don Adalberto no le va ha hacer caso. De «endio» es, no es de werak’ocha. Tranquilo va cuidar la hacienda.

—¿Contra quién? ¿Contra el criminal de mi hermano? ¿No sabes que Don Adalberto come sangre?
—Perro de mí es, pues, señor. Tranquilo va a ladrar. No contra Don Alberto.

«Hijo Solo» los escuchaba inquieto. Miraba al dueño de la hacienda, con esa cristalina luz que tenía en los ojos, desde la tarde en que fue alimentado y saciado por Singuncha, junto a la puerta falsa de la casa grande.
—Es simpático; chusco. Lo matarán sin duda —dijo Don Angel—. Se desprecia a los perros. Se les mata fácil. No hay condena por eso. Que se quede, pues, Singuncha. No te separes de él. Que ladre poco. Te cuidará cuando riegues de noche la alfalfa. Enséñale que no ladre fuerte. Le beberá la sangre siempre, ese Caín, ¿Cómo se llama? Su ladrar ha traído recuerdos a la quebrada.

—»Hijo Solo», patrón.
Movió el rabo. Miró al dueño, con alegría. Sus ojos amarillos tenían la placidez de la luz, no del crepúsculo sino del sol declinante, que se posaba sobre las cumbres ya sin ardor, dulcemente, mientras las calandrias cantaban desde los grandes árboles de la huerta.

«Más fácil es ver aquí un perro muerto. Ya no tengo costumbre de verlos vivos. Allá él. Quizá mi hermano los despache a los dos juntos. Volverán al otro mundo, rápido».

El dueño de la hacienda bajó al patio, hablando en voz baja. No se dieron cuenta durante mucho tiempo. El perro exploró toda la hacienda por la banda izquierda que pertenecía a Don Angel. No escandalizaba. Jugaba en el campo con el pequeño sirviente. Se perdía en la alfalfa floreada; corría a saltos, levantando la cabeza, para mirar a su dueño. Su cuerpo amarillo, lustroso ya, por el buen trato, resaltaba entre el verde feliz de la alfalfa y las flores moradas. Singuncha reía.
—¡Hijos de Dios en medio de la maldición! —decía de ellos la cocinera.

El perro pretendía atrapar a los chihuillos que vivían en los hosques de retama de los pequeños abismos. El cllihuillo tiene vuelo lento y bajo; da la impresión de que va a caer, que está cansado. El perro se lanzaba, anhelante, tras de los chihuillos, cuando cruzaban los campos de alfalfa buscando los árboles que orillaban las acequias. El Singuncha reía a carcajadas. La misma absurda pretensión hacía saltar al perro, la orilla del río, cuando veía pasar a los patos, que eran raros en «Lucas Huayk’o».

Singu era becerro, ayudante de cocina, guía de las yuntas de aradores, vigilante de los riegos, espantador de pájaros, mandadero. Todo lo hacía con entusiasmo. Y desde que encontró a su perro «Hijo Solo», fue aún más diligente. Había trabajado siempre. Huérfano recogido, recibió órdenes desde que pudo caminar.
Lo alimentaron bien, con suero, leche, desperdieios de la comida, huesos, papas y cuajada. El patrón lo dejó al cuidado de las cocineras. Le tuvieron lástima. Era sanguíneo, de ojos vivos. No era tonto. Entendía bien las órdenes. No lloraba. Cuando lo enviaban al campo, le llenaban la bolsa con mote y queso. Regresaba cantando y silbando. Los señores peleaban, procuraban quitarse peones. Los trataban bien por eso. El otro, Don Adalberto, tenía los molinos, los campos de cebada y trigo, las aldeas de la hacienda, y las minas. Don Angel los alfalfares, la huer ta, el ganado, el trapiche.
Singu no tomaba parte aún en la guerra. La matanza de los animales, los incendios de los campos de trigo, las peleas, se producían de repente. Corrían; el patrón daba órdenes, traía los caballos. Se armaban de látigos y lanzas. El patrón se ponía un cinturón con dos fundas de pistolas. Partían al galope. La quebrada pesaba, el aire parecía caliente. La cocinera 1loraba.
Los árboles se mecían con el viento; se inclinaban mucho, como si estuvieran condenados a derrumbarse; las sombras vibraban sobre el agua. Singuncha bajaba hasta el puente. El tropel de los caballos, los insultos en quechua de los jinetes, su huída por el camino angosto; todo le confirmaba que en «Lucas Huayk’o», de veras, el demonio salía a desplegar sus alas negras y a batir el viento desde las cumbres.

Hubo un período de calma en la quebrada; coincidió con la llegada de «Hijo Solo».
—Este perro puede ser más de lo que parece —comentó Don Angel semanas después.
Pero sorprendieron a «Hijo Solo», en medio del puente, al medio día.
Singuncha gritó, pidió auxilio. Lo envolvieron con un poncho, le dieron de puntapiés.
Oyó que el perro caía al río. El sonido fue hondo, no como el de un pequeño animal que golpeara con su desigual cuepo la superficie del remanso. A él lo dejaron con un costal sucio amarrado al cuello.
Mientras se arrancaba el costal de la cabeza, huyeron los emisarios de Don Adalberto. Los pudo ver aún en el recodo del camino, sobre la tierra roja del barranco.

Nadie había oído los gritos del becerrero. El remanso brillaba, tenía espuma en el centro, donde se percibía la corriente.
Singu miró el agua. Era transparente, pero honda. Cantaba con voz profunda; no sólo ella, sino también los árboles y el abismo de rocas de la orilla, y los loros altísimos que viajaban por el espacio. Singu no alcanzaría jamás a «Hijo Solo». Iba a lanzarse al agua. Dudó y corrió después, sacudiendo su pantalón remendado, su ponchito de ovejas. Pasó a la otra banda, a la del demonio Don Adalberto; bajó el remanso. Era profundo pero corto. Saltando sobre las piedras como un pájaro, más líbero que las cabras, siguió por la orilla, mirando el agua, sin llorar. Su rostro brillaba, parecía sorber el río.
¡Era cierto! «Hijo Solo» luchaba, a media agua. El Singuncha se lanzó a la corriente, en la zona del vado. Pudo sumergirse. Siempre llevaba, a manera de cuchillo, un trozo de fleje que él había afilado en las piedras. Pero el perro estaba ya aturdido, boqueando. El río los llevó lejos, golpeándolos en las cascadas. Cerca del recodo, tras el que aparecían los molinos de Don Adalberto, Singuncha pudo agarrarse de las ramas de un sauce que caían a la corriente. Luchó fuerte, y salió a la orilla, arrastrando al perro.

Se tendieron en la arena. «Hijo Solo» boqueaba, vomitaba agua como un odre.
Singuncha empezó a temblar, a rechinar los dientes. Tartamudeando maldecía a Don Adalberto, en quechua: «Excremento del infierno, posma del demonio. Que el sol te derrita como a la velas que los condenados llevan a los nevados. ¡Te clavarán con cadenas en la cima de «Aukimana»; «Hijo Solo» comerá tus ojos, tu lengua, y vomitará tu pestilencia, como ahora! ¡Vamos a vivir, pues!»

Se calentó en la arena el perro; puso su cabeza sobre el cuerpo del Singuncha; moviendo sus «anteojos», lo miraba.
Entonces lloró Singu.
—¡Papacito! ¡Flor! ¡Amarillito! ¡Jilguero!
Le tocaba las manchas redondas que tenía en la frente, sus «anteojos».
—iVamos a matar a Don Adalberto! ¡Dice Dios quiere! —le dijo.
Sabía que en los bosques de retama y lambras de Los Molinos cantaban las torcazas más hermosas del mundo. Desde centenares de pueblos venían los forasteros a hacer moler su trigo a «Lucas Huayk’o», porque se afirmaba que esas palomas eran la voz del Señor, sus criaturas. Hacían turnos que duraban meses, y Don Adalberto tenía peones de sobra. Se reía de su hermano.
—¡Para mí cantan, por orden del cielo, estas palomas! —decía—. Me traen gente de cinco provincias.

Escondido, Singuncha rezó toda la tarde. Oyó, llorando, el canto de las torcazas que se posaron en el bosque, a tomar sombra.
Al anochecer se encaminó hacia Los Molinos. Pasó frente al recodo del río; iba escondiéndose tras los arbustos y las piedras.
Llegó frente al caserío donde residía Don Adalberto; pudo ver los techos de calamina del primer molino, del más alto.
Cortó un retazo de su camisa, y lo deshizo, hilo tras hilo; escarmenándolas con las uñas, formó una mota con las hilachas, las convirtió en una mecha suave.

Había escogido las piedras, las había probado. Hicieron buenas chispas; prendieron fuerte aún a plena luz del sol.
Más tarde vendrían «concertados» a la orilla del río, a vigilar, armados de escopetas. Anochecía. Los patitos volaban a poca altura del agua. Singu los vio de cerca; pudo gozar contemplando las manchas rojas de sus alas y las ondas azules, brillantes, que adornaban sus ojos y la cabeza.

—¡Adiós niñitas¡ —les dijo en voz alta.
Sabía que el sonido del río apagaría su voz. Pero agarró del hocico al «Hijo Solo» para que no ladrase. El ladrido de los perros corta todos los sonidos que brotan de la tierra.
Tupidas matas de retama seca escalaban la ladera, desde el río. No las quemaban ni las tumbaban, porque vivían allí las torcazas.

Llegaron palomas en grandes bandadas, y empezaron a cantar.
Singuncha escogió hojas secas de yerbas y las cubrió con ramas viejas de k’opayso y retama. No oía el canto. Su corazón ardía. Hizo chocar los pedernales junto a la mecha. Varios trozos de fuego cayeron sobre el trapo deshilachado y lo prendieron. Se agachó; de rodillas mientras con un brazo tenía al perro por el cuello, sopló. Y casi de pronto se alzó el fuego.
Se retorcieron las ramas. Una llamarada pura empezó a lamer el bosque, a devorarlo.
—¡Señorcito Dios! ¡Levanta fuego! ¡Levanta fuego! ¡Dale la vuelta! ¡Cuida! —gritó alejándose, y volvió a arrodillarse sobre la arena.

Se quedó un buen rato en el río. Oyó gritos, y tiros de carabina y dinamita.
Volvió hacia el remanso. Más allá del recodo, cerca del vado, se lanzó al río. «Hijo Solo» aulló un poco y lo siguió. Llegaban las palomas a esta banda, a la de Don Angen volando descarriadas, cayendo a los alfalfares, tonteando por los aires.
Pero Singu se iba ya; no prestaba oído ni atención verdaderos a la quebrada; subía hacia los pueblos de altura. Con su perro, lo tomarían de pastor en cualquier estancia; o el Señor Dios lo haría llamar con algún mensajero, el Jakakllu o el Patrón de Santiago. Entonces seguiría de frente, hasta las cumbres; y por algún arco iris escalaría al cielo, cantando a dúo con el «Hijo Solo».

—¡Amarillito! ¡Jilguero! —iba diciéndole en voz alta, mientras cruzaban los campos de alfalfa, a la luz de las llamas que devoraban la otra banda de la hacienda.
En la quebrada se avivó más ferozmente la guerra de los hermanos Caínes. Porque Don Adalberto no murió en el incendio.

(1957)

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