GENERACIÓN DEL 60 Y 70

martes, 6 de mayo de 2014

Indice - Literatura

MARIO VARGAS LLOSA

I. DATOS BIOGRÁFICOS

Mario Vargas Llosa nació en Arequipa el 28 de marzo de 1936. Meses antes, por cosas del destino, sus padres se habían separado, de tal manera que la primera infancia del niño transcurre alejada de la autoridad paterna. De 1937 a 1945, vivió en Cochabamba, Bolivia, y estudió en el Colegio La Salle. Posteriormente regresa con su familia al Perú y se instalan en Piura, al ser nombrado, el abuelo, prefecto de esta ciudad. En 1947, sus padres se reconcilian y se establece la familia en Lima, en donde es matriculado en el Colegio La Salle.

Este encuentro con el padre, después de diez años de ausencia, afectó seriamente el espíritu de este niño, que no quería cambiar las caricias de la madre por la férrea disciplina paterna. A partir de ese momento, empieza la ruptura con la realidad por parte del escritor que prefiere encerrarse en su habitación, leyendo novelitas de aventura, a tener que aceptar la rigidez del padre.

En 1950, su padre decide ingresarlo al Colegio Militar Leoncio Prado, acontecimiento que marcará la sensibilidad del escritor y que posteriormente recreará en una de sus primeras novelas. Por una parte, el orden y la disciplina de la institución castrense, y por otra la violencia, la discriminación y el machismo imperante al interior le hacen tomar conciencia de la compleja y dolorosa realidad peruana. A partir de ese momento, surgen en el escritor los móviles que van a definir su existencia: la creación de un mundo irreal más aceptable y armonioso a través de la literatura, y el ansia de libertad que marcarán sus ensayos políticos.

Ingresa en San Marcos en 1953 para estudiar Letras y Derecho. Por aquella época, escribe cuentos y artículos periodísticos "con gran inseguridad y mucho esfuerzo" como reconoce el propio autor y trabaja como redactor de noticias en una radio. En 1955, contrae matrimonio con Julia Urquidí, su tía política, catorce años mayor que él. Tres años después viaja a Francia por muy breve tiempo, con motivo de la premiación de su cuento "El desafio" por parte de La "Revue Francaise". Este viaje le permitió concluir que Europa era el ambiente adecuado para su vocación de escritor. Y a este continente regresó acompañado de su reciente esposa, en busca de un ambiente más estimulante para la creación.

Pero el año que marca el inicio de una carrera dirigida hacia la cima de las letras castellanas es 1962, año en que es galardonado con el Premio Biblioteca Breve, otorgado por la editorial Seix Barral, en mérito a la novela "La ciudad y los perros", originalmente titulada "Los impostores". En esta primera novela, Vargas Llosa recrea el mundo de los adolescentes y sus conflictos en el Colegio Militar "Leoncio Prado", haciendo uso de una técnica literaria impecable, lograda de la lectura de los autores de la llamada Generación Perdida, como es el caso de William Faulkner. En 1964, se separa definitivamente de Julia Urquidí y al año siguiente retorna a Lima por un breve periodo y se casa con su prima hermana Patricia Llosa. Posteriormente, retorna a Europa y radica en Londres. Su consagración como escritor se realiza en 1967, año en que es galardonado por su novela "La casa verde" con el Premio "Rómulo Gallegos", en cuya ceremonia de premiación fue ovacionado como ningún otro escritor latinoamericano.

En 1970, se traslada a Barcelona, España, y permaneció en esta ciudad por cuatro años. A mediados de 1974, retornó al Perú y durante un buen tiempo alternó su estancia entre nuestro país y Europa. En 1987, después del discurso presidencial del entonces mandatario García Pérez, decide incursionar en la política a raíz de la pretendida estatización de la banca y a partir del año siguiente inicia una carrera política que lo llevará a ser candidato a la presidencia del país para las elecciones de 1990. Ante su fracaso electoral, se retira a España, en donde inicia la escritura de sus memorias como fruto de esta experiencia política.

En 1993, se nacionaliza español y partir de ese momento se inicia una relación conflictiva con el Perú a raíz de una campaña tendenciosa realizada por la prensa de nuestro país. En 1996, es incorporado a la Real Academia Española, pronunciando un discurso sobre la vida y obra de José Martínez Ruíz, "Azorin", confirmando con este hecho su presencia y participación activa en el mundo de las letras hispanas.

II. EL PEZ EN EL AGUA

Esta obra apareció publicada en el año 1993 bajo el sello de la Editorial Seix Barral y se inscribe dentro del género de las memorias. El pez en el agua consta de dos partes. La primera destinada a perfilar los años de infancia y juventud del escritor, marcados por el desencuentro con la autoridad paterna y la disciplina y rigidez de lo que significó su experiencia en un colegio militar internado. En efecto, la primera infancia de Mario Vargas Llosa transcurre sin la presencia del padre, que a los pocos meses de casado renunció a su prematura responsabilidad como padre, de tal manera que en sus primeros años el autor vivió bajo la protección y el amparo de su familia y una madre que no se rendía en prodigarle cariño y ternura.

En la segunda parte, el escritor nos revela los entretelones de lo que fue los inicios de su carrera política y la campaña presidencial para las elecciones del año 1990 teñida de intrigas y arreglos extrapolíticos.

La obra en conjunto le sirvió como pretexto al autor para exorcizar sus demonios personales y políticos y brindarnos algunos datos sobre su trayectoria literaria.

III. OBRA

A. Narrativa

1959: "Los jefes".
1962: "La ciudad y los perros".
1966: "La casa verde".
1967: "Los cachorros".
1969: "Conversación en La Catedral".
1973. "Pantaleón y las visitadoras".
1977: "La tía Julia y el escribidor".
1981: "La guerra del fin del mundo".
1984: "Historia de Mayta".
1986: "¿Quién mató a Palomino Molero?"
1987: "El hablador".
1988: "El elogio de la madrastra".
1993: "Lituma en los Andes y El pez en el agua".
1997: "Los cuadernos de don Rigoberto".
2000: "La fiesta del chivo".

B. Ensayo

1971: "García Márquez historia de un deicidio e historia secreta de una novela".
1975: "La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary".
1983: "Contra viento y marea".
1988: "La cultura de la libertad".
1998. "Cartas a un novelista".

C. Teatro

1952: "La huida del inca".
1981: "La señorita de Tacna".
1983: "Kathie y el hipopótamo".
1986:"La chunga".
1996: "Ojos bonitos, cuadros feos".

IV. PREMIOS Y DISTINCIONES

En 1959 gana el Premio Leopoldo Alas por Los jefes.
En 1962 obtiene el Premio Biblioteca Breve con la Ciudad y los perros. Con esta misma novela obtiene en 1963 el Premio de la Crítica Española y el segundo puesto del Prix Formentor.
En 1967 obtiene los premios Nacional de Novela del Perú, el Premio de la Crítica Española y el Rómulo Gallegos por su novela La casa verde.
En 1977 es nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua y ocupa la Cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge.
En 1982 recibe el Premio del Instituto Ítalo Latinoamericano de Roma.
En 1985 obtiene el Premio Ritz París Hemingway por su novela La Guerra del fin del mundo.
En 1986 es galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras.
En 1988 recibe el Premio Libertad en Suiza, otorgado por la Fundación Max Schmidheiny.
En 1989 recibe el Premio Scanno en Italia por su novela El hablador.
En 1990 gana el Premio Castiglioni de Sicilia en mérito a su obra novelística y es nombrado Profesor Honoris Causa de la Universidad Internacional de Florida en Miami.
Es también Doctor Honoris Causa de la Universidad Hebrea de Jerusalén, del Connecticut College en Estados Unidos, del Queen Mary College, de la Universidad de Londres y de la Universidad de Boston.
En 1993 obtiene el Premio Planeta por su novela Lituma en los Andes.
En 1994 fue galardonado con el Premio Cervantes, en reconocimiento a su trayectoria como escritor e intelectual.
El 24 de marzo de 1994 es elegido Miembro de la Real Academia Española.
Ese mismo año le fue otorgado el Premio Literario Arzobispo San Clemente de Santiago de Compostela por Lituma en los Andes.
En 1995 le fue concedido el Premio Jerusalén.
En 1996 el Gremio de Libreros Alemanes le otorga el Premio de la Paz.
En abril de 1997 se le otorga el Premio Mariano de Cavia, que concede el diario ABC, por su artículo "Los Inmigrantes", publicado en El País.
En mayo de 1999 recibió el Premio Ortega y Gasset de periodismo en mérito a un artículo sobre el Sensacionalismo de la Prensa.
En julio del mismo año se le otorgó el Premio Internacional Menéndez Pelayo, en reconocimiento a su trayectoria literaria.
En 2010 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura —este último otorgado «por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota».


GENERACIÓN DEL 70

ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

I. DATOS BIOGRÁFICOS

Alfredo Bryce Echenique nace en Lima, en 1939. Realiza sus estudios primarios y secundarios en colegios regidos por profesores norteamericanos e ingleses. En la Universidad Nacional de San Marcos obtiene los títulos de Abogado y Doctor en Letras, después de lo cual, en 1964 se traslada a Europa y reside en Francia, Italia, Grecia y Alemania. A los 26 años, refugiado en la ciudad de Perugia (Italia) escribió su primer libro de cuentos "Huerto cerrado" (1968), que le valió una mención honrosa en el concurso Casa de las Américas en Cuba.

De regreso a París, trabaja como profesor en las universidades de Nanterre, la Sorbona, Vincennes y Montpellier. En 1970, publicó "Un mundo para Julius", una de las novelas más reconocidas de la nueva narrativa hispanoamericana; desde entonces su fama de novelista traspuso totalmente las fronteras, ya que no solo se publicó en castellano, sino también en francés, y rápidamente en estos años se ha constituido en una de las obras fundamentales de la prosa de ficción contemporánea del Perú.

Bryce Echenique es uno de los autores hispanoamericanos más publicado y traducido del momento. En Anagrama, se ha publicado "Crónicas personales", un libro de viajes y textos periodísticos, y sus celebradas antimemorias, "Permiso para vivir", así como su última y más ambiciosa novela "No me esperen en abril" (1955).

II. OBRA

- "Huerto cerrado" (Cuentos, 1968).
- "Un mundo para Julius" (Novela, 1970).
- "La felicidad ja, ja, ja" (Cuentos 1974).
- "Tantas veces Pedro" (Novela 1974).
- "La Vida exagerada de Martín Romaña" (Novela 1981).
- "El Hombre que hablaba de Octavia de Cádiz" (Novela 1985).
- "La última mudanza de Felipe Carrillo" (Novela 1998).
- "Dos señoras conversan" (Novela 1990).
- "Permiso para vivir" (Anti-memorias 1993).
- "No me esperen en abril" (Novela 1995).
- "A trancas y barrancas" (Artículos periodísticos 1996).
- "Reo de nocturnidad" (Novela 1997).
- "La amigdalitis de Tarzán" (Novela 1998).
- "Guía triste de París" (Cuentos 1999).

III. CARACTERÍSTICAS DE SU OBRA

1. El estilo característico de Bryce, es la oralidad; es decir, trasladar el lenguaje oral a la novela, de tal manera que la obra parezca un diálogo con el lector.
2. Por otro lado, la presencia de un tono triste y melancólico en todo el relato nos transmite un sentimiento de compasión para el personaje principal de la obra.
3. Alfredo Bryce Echenique pertenece a la narrativa de la década del "70, época en que todos los escritores van a aprovechar las nuevas técnicas introducidas por el "Boom Latinoamericano", tales como : el tiempo circular, el monólogo interior y el narrador parcialmente omnisciente.


REO DE NOCTURNIDAD

Esta novela, nos narra los amores y desamores del profesor Maximiliano Gutiérrez, hombre responsable y amante de su trabajo, muy noble en el fondo, por ello su posterior sufrimiento. Es un profesor peruano insomne, condenado a permanecer despierto y "reo" de las noches a la que llega a temer. Es, en realidad, un hombre que lucha contra su propia soledad, que pasa por la vida buscando amar y ser amado. Con Ornella, la modelo en decadencia, vive una relación con altibajos, sustentada sólo por el amor que despierta en el protagonista y caracterizada por sus desapariciones constantes.

Oliver Sipriot, el aventurero y ex amante, se alía con Ornella para burlarse del incondicional amor que siente Max y la fe que deposita de forma irracional, aferrándose para eludir que Ornella no lo ama.

Esta relación con Ornella y su posterior desaparición van a cambiar la vida del profesor, pues deja su trabajo en la Sorbona y se traslada a Montpellier, ciudad donde empieza su convivencia con el insomnio, con unos días que, para él, tienen más horas que para el resto de personas. Pero, no sólo encontrará noches de desvelo en esta ciudad, sino que además conocerá a Claire, quien a partir de ese momento cambiaría la vida del profesor, convirtiéndose, primero, en una aventura, que luego adoptará la forma de una relación muy especial.

Para defenderse de la soledad, del insomnio y sobre todo del recuerdo de Ornella, Max empieza a crear toda una serie de mentiras que convierten su vida en un enredo, y que quizá es consecuencia de las larguísimas noches en vela. Junto a esta historia, encontramos otras, entre ellas, la de Nieves Solórzano, la seudo-exiliada cincuentona, que va tras la captura de un compañero amante, el Inefable Escritor Inédito que no duda en denostar a sus colegas que publican y sufre sin embargo un ataque de alegría cuando un editor acepta el original de su novela.

Otros personajes que desfilan son: Pierrot, el extravagante profesor de la escuela de manejo y, muy amigo de Max, quizá por el gran afecto al alcohol; Tútú, el anciano excombatiente; Nadine Auriol, la franco-marroquí que es tan extranjera en París como en Casablanca y que se convierte en el primer testigo de los desvaríos en que degenera el insomnio del profesor y, por supuesto, Claire, la alumna en quien Max pone su última esperanza, y quien finalmente lo curará el insomnio.

Junto a ella y al extraño doctor Lanusse, Max Gutiérrez irá desentrañando desde la cama de un sanatorio la complicada red de acontecimientos que lo convirtieron en reo de nocturnidad, convirtiendo a esta muchacha en su verdadera confidente y recordándole los buenos momentos junto a Ornella, sus sufrimientos, sus experiencias con los amigos, y hasta sus invenciones.


LECTURA

Discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Príncipe de Asturias

Imagino que se me ha confiado la honrosa tarea de agradecer los Premios Príncipe de Asturias porque, entre los premiados, yo puedo testimoniar mejor que nadie sobre el espíritu generoso que los informa y, viniendo del remoto Perú, sobre su vocación universal. Lo hago con la modestia debida, pero, también, orgulloso de compartir este reconocimiento con los distinguidos intelectuales, artistas, científicos e instituciones que los han merecido. Y feliz de hacerlo en esta tierra de Asturias, de recias cumbres y verdes campiñas, donde nació uno de los escritores que más admiro –Clarín– y que es un símbolo, en la historia de Occidente, de amor a la soberanía y a la libertad.

Y puesto que los Premios Príncipe de Asturias hermanan, cada año, a hombres y mujeres de España y de América, quizás ésta sea una ocasión propicia para reflexionar en alta voz sobre aquel hecho fronterizo en la Historia, del que pronto celebraremos cinco siglos: la inserción de América, por obra de España, en el mundo occidental. Vale la pena hacerlo porque, aunque antiguo y sabido, es un hecho que todavía no resulta evidente para todos ni suelen sacar de él, algunos gobiernos y personas, las conclusiones que se imponen.

Españoles e hispanoamericanos vivimos trescientos años de historia común y, en esos tres siglos, la tierra a la que llegó Colón, desapareció y fue reemplazada por otra, sustancialmente distinta. Una tierra que, enriquecida por los fermentos de su entraña pre-histórica y por los aportes de otras regiones del planeta –el África, principalmente–, piensa, cree, se organiza, habla y sueña dentro de los valores y esquemas culturales que son los mismos de Europa. Quien se niega a verlo así tiene una visión insuficiente de América o de lo que es el horizonte cultural de Occidente.

Luego de tres siglos en que fueron una sola, las naciones que España ayudó a formar y a las que marcó de manera indeleble, estallaron en una miríada de países que, entre fortunas e infortunios –más de éstos que de aquéllas– tratan de forjarse un destino decente y de aniquilar a esos demonios que han emponzoñado su historia: el hambre, la intolerancia, las desigualdades inicuas, el atraso, la falta de libertad, la violencia. Son demonios que España conoce porque también en la Península han causado estragos.

Lo que la Historia unió, los gobiernos se encargan a menudo de desunirlo. Nuestro pasado, en América, está afeado por querellas estúpidas en las que nos hemos desangrado y empobrecido inútilmente. Pero todas las guerras y disensiones no han podido calar más hondo de la superficie; bajo los transitorios diferendos subsisten, irrompibles, aquellos vínculos que España estableció entre ella y nosotros, y entre nosotros mismos, y que el tiempo consolida cada vez más: una lengua, unas creencias, ciertas instituciones y una amplísima gama de virtudes y defectos que, para bien y para mal, hacen de nosotros parientes irremediables por encima de nuestros particularismos y diferencias.
Quizás una pequeña historia podría ilustrar mejor lo que me gustaría decir. Ya que eso es lo que soy –un contador de historias- permítanme que se la cuente.

Es la historia de un indio del Perú, que nació en 1629 ó 1632 –nadie ha podido precisarlo–, en una aldea perdida de los Andes cuyo nombre, Calcauso, ni siquiera figuró en los mapas. Estaba –a lo mejor está aún– en la provincia de Aymaraes, en Apurímac. Era un muchacho curioso y vivaracho a quien, un día, un clérigo de paso, impresionado por sus dotes, llevó consigo al Cusco e hizo estudiar en el Colegio de San Antonio Abad, donde se concedían algunas becas para «hijos de indígenas». Sabemos muy pocas cosas de su biografía. Ni siquiera es seguro que se llamara con el nombre y el apellido españoles con que ha pasado a la historia: Juan Espinoza Medrano. Parece probado, eso sí, que tenía la cara averiada por
verrugas o por un enorme lunar y que a ello debió su apodo: el Lunarejo.

Pero sus contemporáneos le pusieron también otro sobrenombre más ilustre: el Doctor Sublime. Porque aquel indio de Apurímac llegó a ser uno de los intelectuales más cultos y refinados de su tiempo y un escritor cuya prosa robusta y mordaz, de amplia respiración y atrevidas imágenes, multicolor, laberíntica, funda en América hispana esa tradición del barroco de la que serían tributarios, siglos más tarde, autores como Leopoldo Marechal, Alejo Carpentier y Lezama Lima.

La leyenda dice que cuando el Doctor Sublime predicaba, desde el púlpito a la modesta iglesia del barrio de San Cristóbal, en el Cusco, de la que fue párroco, la nave rebotaba de fieles y que había quienes hacían largas travesías para escucharlo.
¿Entendía esa apretada multitud lo que el Lunarejo les decía? A juzgar por los sermones que de él nos han llegado –La Novena Maravilla se titula, con cierta hipérbole, la recopilación- es probable que, la mayoría, no. Pero no hay duda de que esa palabra lujosa, musical, que convocaba con autoridad a los poetas griegos y a los filósofos romanos, a fabulistas bizantinos, trovadores medievales y prosistas castellanos y los hacía desfilar galanamente por la imaginación de sus oyentes, hechizaba a su auditorio.

El único libro orgánico escrito por el Lunarejo del que tenemos noticia es un texto polémico: el Apologético en favor de don Luis de Góngora, que publicó en 1662, refutando al crítico portugués Manuel de Faría y Souza, que había atacado el culteranismo. Hay a quienes la intención de este turbulento panfleto hace reír. ¿No era patético que, allá, tan lejos de Madrid, y tan fuera del tiempo, ese indiano se empeñara en intervenir en una polémica que, aquí, en Europa, había cesado hacía varias décadas y cuyos protagonistas estaban ya muertos? A mí, el anacrónico empeño del curita cusqueño, lanzándose, desde su barriada andina, a reavivar esa extinta polémica, me conmueve profundamente. Porque en su texto erudito, belicoso, atiborrado de pasión y de metáforas, hay una voluntad de apropiación de una cultura que adelanta lo que es hoy, intelectualmente, América Latina. En el Lunarejo, y en un puñado de otros creadores indianos, como el Inca Garcilaso o Sor Juana Inés de la Cruz, las ideas y la lengua que fueron de Europa a América han echado raíces y germinado en un pensamiento y en una estética que representan ya un matiz diferente, una inflexión propia muy nítida dentro de la literatura española y la civilización occidental.

En el Apologético en favor de don Luis de Góngora, el Lunarejo cita o glosa a más de ciento treinta autores, desde Homero y Aristóteles hasta Cervantes, pasando por el Aretino, Erasmo, Tertuliano y Camoens. Las citas cultas eran un ritual de los tiempos, como rendir pleitesía al cielo y a los santos. En su caso, son, también, un ejercicio de magia simpatética, un conjuro para atraer a esas tierras y arraigar en ellas a quienes representaban, entonces, las cimas de la sabiduría y el arte. Aquella brujería fue eficaz: obras como las de Neruda, Borges y Octavio Paz han sido posibles en América Latina gracias a la testarudez con que, gentes como el Lunarejo, decidieron hacer suya, asumir como propia la cultura que España trasplantó a sus tierras.

En los tiempos del Doctor Sublime, la mayoría de nuestros escritores eran meros epígonos: repetían, a veces con buen oído, a veces desafinando, los modelos de la metrópoli. Pero, en algunos casos, como en el suyo, apunta ya un curioso proceso de emancipación en el que el emancipado alcanza su libertad y su identidad eligiendo por voluntad propia aquello que hasta entonces le era impuesto. El colonizado se adueña de la cultura del colonizador y, en vez de mimarle, pasa a crearla, aumentándola y renovándola. Así, se independiza en la medida en que se integra. En eso consiste la soberanía cultural de Hispanoamérica: en saber que Cervantes, el Arcipreste y Quevedo son tan nuestros como de un asturiano o un leonés. Y que ellos nos representan tan legítimamente como las piedras de Machu Picchu o las pirámides mayas.

Aquel proceso fue extraño, sinuoso y, sobre todo, lento. Como el Doctor Sublime, otros hispanoamericanos encontraron su propia voz, sin proponérselo, tratando de emular a los peninsulares. En el Lunarejo, la inventiva y el brío verbal son tan fuertes que rompen los moldes estrechos y rastreros del género que escogió para expresarse. Su Apologético no es tal, sino un poema en prosa en el que, con el pretexto de reverenciar a Góngora y vituperar a Faría y Souza, el apurimeño se libra a una suntuosa prestidigitación. Juega con los sonidos y el sentido de las palabras, fantasea, canta, impreca, cita y va coloreando los vocablos y los malabares con un deje personal. Al final, no vemos en su texto una reinvindicación de Góngora y una abominación del portugués: lo vemos a él, emergiendo, borracho de verbo y de retruécanos, con una figura propia tan resuelta que afantasma al poeta y al crítico.

En el Lunarejo se vislumbra lo que serían el Perú, Hispanoamérica: la frontera austral del Occidente, un mundo en ciernes, inconcluso, ansioso por cuajar, que tiene prisa y que a veces se cae de bruces. Pero la meta final de esa carrera de obstáculos en que está América Latina es clarísima y nada nos ayudaría tanto a alcanzarla como que Europa Occidental entendiera que nuestra suerte está unida a la de ella y que el anhelo de nuestros pueblos es lograr sociedades prósperas y justas, dentro del sistema de libertad y convivencia que es la más grande contribución de Occidente a la humanidad.

A lo mucho que nos unió en el pasado, hoy nos une, a españoles y a hispanoamericanos, otro denominador común: regímenes democráticos, una vida política signada por el principio de libertad. Nunca, en toda su vida independiente, ha tenido América Latina tantos gobiernos representativos, nacidos de elecciones, como en este momento. Las dictaduras que sobreviven son apenas un puñado y alguna de ellas, por fortuna, parecen estar dando las últimas boqueadas. Es verdad que nuestras democracias son imperfectas y precarias y que a nuestros países les queda un largo camino para conseguir niveles de vida aceptables. Pero lo fundamental es que ese camino se recorra, como quieren nuestros pueblos –así lo hacen saber, clamorosamente, cada vez que son consultados en comicios legítimos– dentro del marco de tolerancia y de libertad que vive ahora España.

Para nuestros países, lo ocurrido en la Península, en estos años, ha sido un ejemplo estimulante, un motivo de inspiración y de admiración. Porque España es el mejor ejemplo, hoy, de que la opción democrática es posible y genuinamente popular en nuestras tierras. Hace veintiocho años, cuando llegué a Madrid como estudiante, había en el mundo quienes, cuando se hablaba de un posible futuro democrático para España, sonreían con el mismo escepticismo que lo hacen ahora cuando se habla de la democracia dominicana o boliviana. Parecía imposible, a muchos, que España fuera capaz de domeñar una cierta tradición de intolerancias extremas, de revueltas y golpes armados. Sin embargo, hoy todos reconocen que el país es una democracia ejemplar en la que, gracias a la clarísima elección de la Corona, de las dirigencias políticas y del pueblo español, la convivencia democrática y la libertad parecen haber arraigado en su suelo de manera irreversible.

A nosotros, hispanoamericanos, esta realidad nos enorgullece y nos alienta. Pero no nos sorprende; desde luego que era posible, como lo es, también, allende el mar, en nuestras tierras. Por eso, a las muchas razones que nos acercan, deberíamos decididamente añadir esta otra: la voluntad de luchar, hombro con hombro, por preservar la libertad conseguida, por ayudar a recobrarla a quienes se la arrebataron y a defenderla a los que la tienen amenazada. ¿Qué mejor manera que ésta de conmemorar el quinto centenario de nuestra aventura común?.

La palabra Hispanidad exhalaba, en un pasado reciente, un tufillo fuera de moda, a nostalgia neocolonial y a utopía autoritaria. Pero, atención, toda palabra tiene el contenido que querramos darle. Hispanidad rima también con modernidad, con civilidad y, ante todo, con libertad. De nosotros dependerá que sea cierto. Hagamos con esas dos palabras, Hispanidad y Libertad, las piruetas que le gustaban al Lunarejo: juntémoslas, arrejuntémoslas, fundámoslas, casémoslas y que no vuelvan a divorciarse nunca.

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