CAPÍTULO II: CONTRAHACÍAN DE ORO Y PLATA CUANTO HABÍA, PARA ADORNAR LAS CASAS REALES

martes, 30 de abril de 2013

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Capítulo II: Contrahacían de oro y plata cuanto había, para adornar las casas reales.
En todas las casas reales tenían hechos jardines y huertos, donde el Inca se recreaba. Plantaban en ellos todos los árboles hermosos y vistosos, posturas de flores y plantas olorosas y hermosas que en el reino había, a cuya semejanza contrahacían de oro y plata muchos árboles y otras matas menores, al natural, con sus hojas, flores y frutas: unas que empezaban a brotar, otras a medio sazonar, otras del todo perfeccionadas en su tamaño. Entre estas y otras grandezas hacían maizales, contrahechos al natural con sus hojas, mazorcas y caña, con sus raíces y flor. Y los cabellos que echa la mazorca eran de oro, y todo lo demás de plata, soldado lo uno con lo otro. Y la misma diferencia hacían en las demás plantas, que la flor, o cualquiera otra cosa que amarilleaba, la contrahacían de oro y lo demás de plata.
También había animales chicos y grandes, contrahechos y vaciados de oro y plata, como eran conejos, ratones, lagartijas, culebras, mariposas, zorras, gatos monteses, que domésticos no los tuvieron. Había pájaros de todas suertes, unos puestos por los árboles, como que cantaban, otros como que estaban volando y chupando la miel de las flores. Había venados y gamos, leones y tigres y todos los demás animales y aves que en la tierra se criaban, cada cosa puesta en su lugar, como mejor contrahiciese a lo natural. En muchas casas, o en todas, tenían baños con grandes tinajones de oro y plata en que se lavaban, y caños de plata y oro, por los cuales venía el agua a los tinajones. Y donde había fuentes de agua caliente natural, también tenían baños, hechos de gran majestad y riqueza. Entre otras grandezas, tenían montones y rimeros de rajas de leña, contrahechos al natural, de oro y plata, como que estuviesen de depósito para gastar en el servicio de las casas.
La mayor parte de estas riquezas hundieron los indios luego que vieron los españoles deseosos de oro y plata, y de tal manera la escondieron, que nunca más ha aparecido ni se espera que parezca, si no es que se hallen acaso, porque se entiende que los indios que hoy viven no saben los sitios do quedaron aquellos tesoros, y que sus padres y abuelos no quisieron dejarles noticia de ellos, porque las cosas que habían sido dedicadas para el servicio de sus Reyes no querían que sirviesen a otros. Todo lo que hemos dicho del tesoro y riqueza de los Incas lo refieren generalmente todos los historiadores del Perú, encareciéndolas cada uno conforme a la relación que de ellas tuvo. Y los que más a la larga lo escriben son Pedro de Cieza de León, capítulo veintiuno, treinta y siete, cuarenta y uno, cuarenta y cuatro y noventa y cuatro, sin otros muchos lugares de su historia, y el contador general Agustín de Zárate, Libro primero, capítulo catorce, donde dice estas palabras: "Tenían en gran estima el oro, porque de ello hacía el Rey y sus principales sus vasijas para su servicio, y de ello hacían joyas para su atavío, y lo ofrecían en los templos, y traía el Rey un tablón en que se sentaba, de oro de diez y seis quilates, que valió de buen oro más de veinte y cinco mil ducados, que es el que Don Francisco Pizarro escogió por su joya al tiempo de la conquista, porque, conforme a su capitulación, le habían de dar una joya que él escogiese, fuera de la cuenta común.
"Al tiempo que le nació un hijo, el primero, mandó hacer Guainacava una maroma de oro tan gruesa (según hay muchos indios vivos que lo dicen) que, asidos a ella mas de doscientos indios, orejones, no la levantaban muy fácilmente. Y en memoria de esta tan señalada joya, llamaron al hijo Guasca, que en su lengua quiere decir soga, con el sobrenombre de Inga, que era de todos los Reyes, como los emperadores romanos se llamaban Augustos. Esto he traído aquí por desarraigar una opinión que comúnmente se ha tenido en Castilla, entre la gente que no tiene práctica en las cosas de las Indias, de que los indios no tenían en nada el oro ni conocían su valor. También tenían muchos graneros y trojes, hechas de oro y plata, y grandes figuras de hombres y mujeres y de ovejas y de todos los otros animales y todos los géneros de yerbas que nacían en aquella tierra, con sus espigas y vástigas y nudos, hechos al natural, y gran suma de mantas y hondas, entretejidas con oro tirado, y aun cierto número de leños, como los que había de quemar, hechos de oro y plata". Todas son palabras de aquel autor, con las cuales acaba el capítulo catorce de su Historia del Perú.
La joya que dice que Don Francisco Pizarro escogió, fue de aquel gran rescate que Atahuallpa dio por sí, y Pizarro, como general, podía según ley militar, tomar del montón la joya que quisiese, y aunque había otras de más precio, como tinajas y tinajones, tomó aquella porque era singular y era asiento del Rey (que sobre aquel tablón le ponían la silla), como pronosticando que el Rey de España se había de sentar en ella. De la maroma de oro diremos en la vida de Huayna Cápac, último de los Incas, que fue una cosa increíble.
Lo que Pedro de Cieza escribe de la gran riqueza del Perú, y que lo demás de ella escondieron los indios, es lo que se sigue, y es del capítulo veintiuno, sin lo que dice en los otros capítulos alegados: "Si lo que hay en el Perú y en estas tierras enterrado se sacase, no se podría numerar el valor, según es grande; y en tanto lo pondero, que es poco lo que los españoles han habido para compararlo con ello. Estando yo allí, en el Cuzco, tomando de los principales de allí la relación de los Ingas, oí decir que Paulo Inga y otros principales decían que si todo el tesoro que había en las provincias y guacas, que son sus templos, y en los enterramientos se juntase, que haría tan poca mella lo que los españoles habían sacado cuan poca se haría sacando de una gran vasija de agua una gota de ella. Y que haciendo más clara y patente la comparación, tomaban una medida de maíz, de la cual, sacando un puñado, decían: "Los cristianos han habido esto, lo demás está en tales partes que nosotros mismos no sabemos de ello". Así que grandes son los tesoros que en estas partes están perdidos, y lo que ha habido, si los españoles no lo hubieran habido, ciertamente todo ello o lo más estuviera ofrecido al diablo y a sus templos y sepulturas, donde enterraban sus difuntos; porque estos indios no lo quieren ni lo buscan para otra cosa, pues no pagan sueldo con ello a la gente de guerra ni mercan ciudades ni reinos ni quieren más que enjaezarse con ello siendo vivos, y después que son muertos llevárselo consigo. Aunque me parece a mí que todas estas cosas éramos obligados a los amonestar, que viniesen a conocimiento de nuestra Santa Fe Católica, sin pretender solamente henchir las bolsas", etc. Todo esto es de Pedro de Cieza, del capítulo veintiuno, sacado a la letra sucesivamente. El Inca que llama Paulo se decía Paullu, de quien hacen mención todos los historiadores españoles: fue uno de los muchos hijos de Huayna Cápac; salió valeroso, sirvió al Rey de España en las guerras de los españoles; llamóse en el bautismo Don Cristóbal Paullu; fue su padrino de pila Garcilaso de la Vega, mi señor, y de un hermano suyo, de los legítimos en sangre, llamado Titu Auqui, el cual tomó por nombre en el bautismo Don Felipe, a devoción de Don Felipe Segundo, que era entonces Príncipe de España. Yo los conocí ambos; murieron poco después. También conocí a la madre de Paullu: llamábase Añas.
Lo que Francisco López de Gómara escribe en su Historia de la riqueza de aquellos Reyes es lo que se sigue, sacado a la letra del capítulo ciento y veintiuno: "Todo el servicio de su casa, mesa y cocina era de oro y de plata, y cuando menos de plata y cobre, por más recio. Tenía en su recámara estatuas huecas de oro, que parecían gigantes, y las figuras al propio y tamaño de cuantos animales, aves y árboles y yerbas produce la tierra, y de cuantos peces cría la mar y aguas de sus reinos. Tenía asimismo sogas, costales, cestas y trojes de oro y plata, rimeros de palos de oro, que pareciese leña rajada para quemar. En fin, no había cosa en su tierra que no la tuviese de oro contrahecha, y aun dicen que tenían los Incas un vergel, en una isla cerca de Puna, donde se iban a holgar cuando querían mar, que tenía la hortaliza, los árboles y flores de oro y plata, invención y grandeza hasta entonces nunca vista. Allende de todo esto tenía infinitísima cantidad de oro y plata por labrar en el Cozco, que se perdió por la muerte de Guáscar; que los indios lo escondieron, viendo que los españoles se lo tomaban y enviaban a España. Muchos lo han buscado después acá, y no lo hallan", etc. Hasta aquí es de Francisco López de Gómara, y el vergel que dice que los Reyes Incas tenían cerca de Puna, lo tenían en cada casa de todas las reales que había en el reino, con toda la demás riqueza que de ellas escribe, sino que, como los españoles no vieron otro vergel en pie, sino aquel que estaba por donde ellos entraron en aquel reino, no pudieron dar relación de otro. Porque luego que ellos entraron, lo descompusieron los indios y escondieron la riqueza donde nunca más ha parecido, como lo dice el mismo autor y todos los otros historiadores. La infinita cantidad de plata y oro que dice que tenían por labrar en el Cozco, allende de aquella grandeza y majestad que ha dicho de las casas reales, era lo que sobraba del ornato de ellas, que, no teniendo en qué lo ocupar, lo tenían amontonado. No se hace esto duro de creer a los que después acá han visto traer de mi tierra tanto oro y plata como se ha traído, pues sólo en el año de mil y quinientos y noventa y cinco, en espacio de ocho meses, en tres partidas entraron por la barra de San Lúcar treinta y cinco millones de plata y oro. 

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