CAPÍTULO VI: CACERÍA SOLEMNE QUE LOS REYES HACÍAN EN TODO EL REINO

jueves, 2 de mayo de 2013

Indice - Comentarios Reales

Capítulo VI: Cacería solemne que los Reyes hacían en todo el Reino.
Los Incas Reyes del Perú, entre otras muchas grandezas reales que tuvieron, fue una de ellas hacer a sus tiempos una cacería solemne, que en su lenguaje llaman chacu, que quiere decir atajar, porque atajaban la caza. Para lo cual es de saber que en todos sus reinos era vedado el cazar ningún género de caza, si no eran perdices, palomas, tórtolas y otras aves menores para la comida de los gobernadores Incas y para los curacas, y esto en poca cantidad, y no sin orden y mandado de la justicia. En todo lo demás era prohibido el cazar, porque los indios, con el deleite de la caza, no se hiciesen holgazanes y dejasen de acudir a lo necesario de sus casas y hacienda; y así no osaba nadie matar un pájaro, porque lo habían de matar a él, por quebrantador de la ley del Inca, que sus leyes no las hacían para que burlasen de ellas.
Con esta observancia en toda cosa, y en particular en la caza, había tanta, así de animales como de aves, que se entraban por las casas. Empero, no les quitaba la ley que no echasen de sus heredades y sementeras los venados, si en ellas los hallasen, porque decían que el Inca quería el venado y toda la caza para el vasallo, y no el vasallo para la caza.
A cierto tiempo del año, pasada la cría, salía el Inca a la provincia que le parecía conforme a su gusto y según que las cosas de la paz o de la guerra daban lugar. Mandaba que saliesen veinte o treinta mil indios, o más o menos, los que eran menester para el espacio de tierra que habían de atajar. Los indios se dividían en dos partes: los unos iban hacia la mano derecha y los otros a la izquierda, a la hila, haciendo un gran cerco de veinte o treinta leguas de tierra, más o menos, según el distrito que habían de cercar; tomaban los ríos, arroyos o quebradas que estaban señalados por términos y padrones de la tierra que cazaban aquel año, y no entraban en el distrito que estaba señalado para el año siguiente. Iban dando voces y ojeando cuantos animales topaban por delante, y ya sabían dónde habían de ir a parar y juntarse las dos mangas de gente para abrazar el cerco que llevaban hecho y acorralar el ganado que habían recogido; y sabían también dónde habían de ir a parar con el ojeo, que fuese tierra limpia de montes, riscos y peñas, porque no estorbasen la cacería; llegados allí, apretaban la caza con tres y cuatro paredes de indios, hasta llegar a tomar el ganado a manos.
Con la caza traían antecogidos leones y osos y muchas zorras, gatos cervales, que llaman ozcollo, que los hay de dos o tres especies, ginetas y otras sabandijas semejantes, que hacen daño en la caza. Todas las mataban luego, por limpiar el campo de aquella mala canalla. De tigres no hacemos mención, porque no los hay sino en las bravas montañas de los Antis. El número de los venados, corzos y gamos, y del ganado mayor, que llaman huanacu, que es de lana basta, y de otro que llaman vicuña, que es menor de cuerpo y de lana finísima, era muy grande; que muchas veces, y según que las tierras eran unas de más caza que otras, pasaban de veinte, treinta y cuarenta mil cabezas, cosa hermosa de ver y de mucho regocijo. Esto había entonces; ahora, digan los presentes el número de las que se han escapado del estrago y desperdicio de los arcabuces, pues apenas se hallan ya huanacus y vicuñas, sino donde ellos no han podido llegar.
Todo este ganado tomaban a manos. Las hembras del ganado cervuno, como venados, gamos y corzos, soltaban luego, porque no tenían lana que les quitar: las muy viejas, que ya no eran para criar, mataban. También soltaban los machos que les parecían necesarios para padres, y soltaban los mejores y más crecidos; todos los demás mataban, y repartían la carne a la gente común; también soltaban los huanacus y vicuñas, luego que las habían trasquilado. Tenían cuenta del número de todo este ganado bravo como si fuera manso, y en los quipus, que eran los libros anales, lo asentaban por sus especies, dividiendo los machos de las hembras. También asentaban el número de animales que habían muerto, así de las salvajinas dañosas como de las provechosas, para saber las cabezas que habían muerto y las que quedaban vivas, para ver en la cacería venidera lo que se había multiplicado.
La lana de los huanacus, porque es lana basta, se repartía a la gente común; y la de la vicuña, por ser tan estimada por su fineza, era toda para el Inca, de la cual mandaba repartir con los de su sangre real que otros no podían vestir de aquella lana so pena de la vida. También daban de ella por privilegio y merced particular a los curacas, que de otra manera tampoco podían vestir de ella. La carne de los huanacus y vicuñas que mataban se repartía toda a la gente común, y a los curacas daban su parte, y también de la de los corzos, conforme a sus familias, no por necesidad, sino por regocijo y fiesta de la cacería, por que todos alcanzasen de ella. Estas cacerías se hacían en cada distrito de cuatro en cuatro años, dejando pasar tres años de la una a la otra, porque dicen los indios que en este espacio de tiempo cría la lana de la vicuña todo lo que ha de criar, y no la querían trasquilar antes porque no perdiese de su ser, y también lo hacían porque todo aquel ganado bravo tuviese tiempo de multiplicar y no anduviese tan asombrado como anduviera si cada año lo corrieran, con menos provecho de los indios y más daño del ganado. Y porque no se dejase de hacer la cacería cada año (que parece que la habían hecho cosecha añal), tenían repartidas las provincias en tres o cuatro partes u hojas, como dicen los labradores, de manera que cada año cazaban la tierra que había holgado tres años.
Con este concierto cazaban los Incas sus tierras conservando la caza y mejorándola para adelante, y deleitándose él y su corte, y aprovechando sus vasallos con toda ella, y tenían dada la misma orden por todos sus reinos. Porque decían que se había de tratar al ganado bravo de manera que fuese tan de provecho como el manso, que no lo había criado el Pachacámac o el Sol para que fuese inútil. Y que también se habían de cazar los animales dañosos y malos para matarlos y quitarlos de entre los buenos, como escardan la mala yerba de los panes. Estas razones y otras semejantes daban los Incas de esta su cacería real llamada chacu, por las cuales se podrá ver el orden y buen gobierno que estos Reyes tenían en las cosas de más importancia, pues en la caza pasaba lo que hemos dicho. De este ganado bravo se saca la piedra bezar que traen de aquella tierra, aunque dicen que hay diferencia en la bondad de ella, que la de tal especie es mejor que toda la otra.
Por la misma orden cazaban los visorreyes y gobernadores Incas, cada uno en su provincia asistiendo ellos personalmente a la cacería, así por recrearse como por que no hubiese agravio en el repartir la carne y lana a la gente común y pobres, que eran los impedidos por vejez o larga enfermedad.
La gente plebeya en general era pobre de ganado (si no eran los Collas, que tenían mucho), y por tanto padecía necesidad de carne, que no la comían sino de merced de los curacas o de algún conejo que por mucha fiesta mataban, de los caseros que en sus casas criaban, que llaman cuy. Para socorrer esta general necesidad, mandaba el Inca hacer aquellas cacerías y repartir la carne en toda la gente común, de la cual hacían tasajos que llaman charqui, que les duraba todo el año hasta otra cacería, porque los indios fueron muy escasos en su comer, y muy avaros en guardar los tasajos.
En sus guisados comen cuantas yerbas nacen en el campo, dulces y amargas, como no sean ponzoñosas; las amargas cuecen en dos o tres aguas y las pasan al sol y las guardan para cuando no las hay verdes. No perdonan las ovas que se crían en los arroyos, que también las guardan lavadas y preparadas para sus tiempos. También comían yerbas verdes crudas, como se comen las lechugas y los rábanos, mas nunca hicieron ensalada de ellas. 

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