CAPÍTULO XXI: ADORABAN AL SOL, IBAN A SU CASA, SACRIFICABAN UN CORDERO

lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo XXI: Adoraban al Sol, iban a su casa, sacrificaban un cordero.
Prevenido lo necesario, el día siguiente, que era el de la fiesta, al amanecer, salía el Inca acompañado de toda su parentela, la cual iba por su orden, conforme a la edad y dignidad de cada uno, a la plaza mayor de la ciudad, que llaman Haucaypata. Allí esperaban a que saliese el Sol y estaban todos descalzos y con grande atención, mirando al oriente, y en asomando el Sol se ponían todos de cuclillas (que entre estos indios es tanto como ponerse de rodillas) para le adorar, y con los brazos abiertos y las manos alzadas y puestas en derecho del rostro, dando besos al aire (que es lo mismo que en España besar su propia mano o la ropa del Príncipe, cuando le reverencian), le adoraban con grandísimo afecta y reconocimiento de tenerle por su Dios y padre natural.
Los curacas, porque no eran de la sangre real, se ponían en otra plaza, pegada a la principal, que llaman Cussipata; hacían al Sol la misma adoración que los Incas. Luego el Rey se ponía en pie, quedando los demás de cuclillas, y tomaba dos grandes vasos de oro, que llaman aquilla, llenos del brebaje que ellos beben. Hacía esta ceremonia (como primogénito) en nombre de su padre el Sol, y con el vaso de la mano derecha le convidaba a beber, que era lo que el Sol había de hacer, convidando el Inca a todos sus parientes, porque eso del darse a beber unos a otros era la mayor y más ordinaria demostración que ellos tenían del beneplácito del superior para con el inferior y de la amistad de un amigo con el otro.
Hecho el convite del beber, derramaba el vaso de la mano derecha, que era dedicada al Sol, en un tinajón de oro, y del tinajón salía a un caño de muy hermosa cantería, que desde la plaza mayor iba hasta la casa del Sol, como que él se lo hubiese bebido. Y del vaso de la mano izquierda, tomaba el Inca un trago, que era su parte, y luego se repartía lo demás por los demás Incas, dando a cada uno un poco en un vaso pequeño de oro o plata que para lo recibir tenía apercibido, y de poco en poco receaban el vaso principal que el Inca había tenido, para que aquel licor primero, santificado por mano del Sol o del Inca, o de ambos a dos, comunicase su virtud al que le fuesen echando. De esta bebida bebían todos los de la sangre real, cada uno un trago. A los demás curacas, que estaban en la otra plaza, daban a beber del mismo brebaje que las mujeres del Sol habían hecho, pero no de la santificada, que era solamente para los Incas.
Hecha esta ceremonia, que era como salva de lo que después se había de beber, iban todos, por su orden, a la casa del Sol, y doscientos pasos antes de llegar a la puerta se descalzaban todos, salvo el Rey, que no se descalzaba hasta la misma puerta del templo. El Inca y los de su sangre entraban dentro, como hijos naturales, y hacían su adoración a la imagen del Sol. Los curacas, como indignos de tan alto lugar porque no eran hijos, quedaban fuera, en una gran plaza que hoy está ante la puerta del templo.
El Inca ofrecía de su propia mano los vasos de oro en que había hecho la ceremonia; los demás Incas daban sus vasos a los sacerdotes Incas que para servicio del Sol estaban nombrados y dedicados, porque a los no sacerdotes, aunque de la misma sangre del Sol (como a seglares), no les era permitido hacer oficio de sacerdotes. Los sacerdotes, habiendo ofrecido los vasos de los Incas, salían a la puerta a recibir los vasos de los curacas, los cuales llegaban por su antigüedad, como habían sido reducidos al Imperio, y daban sus vasos, y otras cosas de oro y plata que para presentar al Sol habían traído de sus tierras, como ovejas, corderos, lagartijas, sapos, culebras, zorras, tigres y leones y mucha variedad de aves; en fin, de lo que más abundancia había en sus provincias, todo contrahecho al natural en plata y oro, aunque en pequeña cantidad cada cosa.
Acabada la ofrenda, se volvían a sus plazas por su orden; luego venían los sacerdotes Incas, con gran suma de corderos, ovejas machorras y carneros de todos colores, porque el ganado natural de aquella tierra es de todos colores, como los caballos de España. Todo este ganado era del Sol. Tomaban un cordero negro, que este color fue entre estos indios antepuesto a los demás colores para los sacrificios, porque lo tenían por de mayor deidad, porque decían que la res prieta era en todo prieta, y que la blanca, aunque lo fuese en todo su cuerpo, siempre tenía el hocico prieto, lo cual era defecto, y por tanto era tenida en menos que la prieta. Y por esta razón los Reyes lo más del tiempo vestían de negro, y el de luto de ellos era el vellorí, color pardo que llaman.
Este primer sacrificio del cordero prieto era para catar los agüeros y pronósticos de su fiesta. Porque todas las cosas que hacían de importancia, así para la paz como para la guerra, casi siempre sacrificaban un cordero, para mirar y certificarse por el corazón y pulmones si era acepto al Sol, esto es, si había de ser feliz o no aquella jornada de guerra, si habían de tener buena cosecha de frutos aquel año. Para unas cosas tomaban su agüeros en un cordero, para otras en un carnero, para otras en una oveja estéril, que, cuando se dijere oveja siempre se ha de entender estéril, porque las parideras nunca las mataban, ni aun para su comer, sino cuando eran ya inútiles para criar.
Tomaban el cordero o carnero y poníanle la cabeza hacia el oriente; no les ataban las manos ni los pies, sino que lo tenían asido tres o cuatro indios: abríanle vivo por el costado izquierdo, por do metían la mano y sacaban el corazón, con los pulmones y todo el gazgorro arrancándolo con la mano y no cortándolo, y había de salir entero desde el paladar. 

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